miércoles, 27 de marzo de 2013

Esa tan difícil búsqueda de la felicidad


Aldous Huxley
De reflexiones sobre el progreso:

La felicidad, la bondad y la capacidad creadora son productos de la personal filosofía de la vida
y depende de lo que se nos ha enseñado por nuestros padres, por nuestros maestros de escuela, por los libros y periódicos leídos, por las tradiciones formuladas o tácitas, por las organizaciones económicas, políticas o eclesiásticas a las cuales pertenecemos.
Si debe lograrse un genuino progreso humano, la felicidad, la bondad y la capacidad creadora deben ser mantenidas por los individuos de sucesivas generaciones, a través de todos los instantes de la vida de personas que por naturaleza son poco progresivas, y en circunstancias que a menudo tienen que ser franca-
mente desfavorables. De las bases filosóficas de la vida que pueden ser impuestas a un individuo o que él mismo adopta, algunas son favorables al mantenimiento de la felicidad, de la bondad y
de la capacidad creadora, siendo otras manifiestamente inadecuadas.
El hedonismo, por ejemplo, es una filosofía poco adecuada.
Nuestra propia naturaleza y el mundo son tales, que si hacemos de la felicidad nuestra meta no la conseguiremos nunca. La filosofía implícita en los anuncios modernos (que son el origen del
cual millones de gentes derivan ahora su weltanschauung), es una forma especial del hedonismo,
 
Los anunciantes nos enseñan que la felicidad es en sí misma un fin; y que no hay felicidad, exceptuando aquella que nos llega de fuera, como la producida al conseguir los productos de la técnica avanzada. Así, el hedonismo se enlaza con el credo del siglo XIX, es decir, que el progreso técnico es necesariamente correlativo con el progreso humano.
Si las medias de rayón han hecho la felicidad de muchas mujeres, cuánto mayor felicidad podrán adquirir con las de nylon que son el producto de una técnica mucho más avanzada. Desgraciadamente, la mente humana no funciona de esta manera, y como consecuencia, aquellos que consciente o inconscientemente
aceptan la filosofía moderna expuesta por los anunciantes, apenas pueden guardar la felicidad, con mucho menor razón podrán tener la bondad y la capacidad creadora.
Más adecuadas son aquellas filosofías políticas que para millones de nuestros contemporáneos han tomado el lugar ocupado antes por las religiones tradicionales. En estas filosofías políticas un intenso nacionalismo se combina con una teoría del Estado y con un sistema económico. Aquellos que aceptan estas filosofías, ya sea por su propia libre voluntad, o ya porque desde la infancia están sometidos a la implacable propaganda, se sienten en muchos casos inspirados a dedicar su vida a lo nacional y a su causa ideológica. Así han logrado mantener y conseguir una especie de bondad y un determinado género de felicidad. 
Desgraciadamente una alta moral personal está a menudo asociada con la más atroz perversidad pública, porque la nación y el partido son deidades en cuyo servicio se justifican al adorador todas las
cosas, aun lar, más abominables, si ellas significan un avance para la sagrada causa. Y aun la felicidad derivada del servicio a una causa grande será probablemente precaria en estos casos, porque
en donde malos medios se usan para conseguir un fin digno y justo, no se alcanza nunca el bien originalmente propuesto sino una meta que es la lógica e inevitable consecuencia del uso de malos medios. 
Por esta razón la felicidad que viene de la.propia y fervorosa dedicación a estas causas políticas, está siempre disminuída por el disgusto de fallar continuamente en la realización de un grande ideal.
En las religiones devotas, tales como ciertas formas del cristianismo, del budismo, y de las religiones hindúes, la causa a la cual los adoradores se dedican, es sobrenatural y la total realización de su ideal no está en este mundo. Como consecuencia, los adictos tienen una mejor oportunidad
de mantener la felicidad, y, excepto cuando sectas rivales luchan por el poder, están mucho
menos expuestos a la inmoralidad pública que lo que lo están los devotos de las religiones políticas.
(...)