Aldous Huxley
De reflexiones sobre el progreso:
La felicidad, la bondad y la
capacidad creadora son productos de la personal filosofía de la
vida
y depende de lo que se nos ha enseñado por nuestros padres,
por nuestros maestros de escuela, por los libros y periódicos
leídos, por las tradiciones formuladas o tácitas, por las
organizaciones económicas, políticas o eclesiásticas a las cuales
pertenecemos.
Si debe lograrse un genuino progreso humano, la felicidad,
la bondad y la capacidad creadora deben ser mantenidas por los individuos de sucesivas generaciones, a través de todos los
instantes de la vida de personas que por naturaleza son poco
progresivas, y en circunstancias que a menudo tienen que ser
franca-
mente desfavorables. De las bases filosóficas de la vida que
pueden ser impuestas a un individuo o que él mismo adopta,
algunas son favorables al mantenimiento de la felicidad, de la
bondad y
de la capacidad creadora, siendo otras manifiestamente
inadecuadas.
El hedonismo, por ejemplo, es una filosofía poco adecuada.
Nuestra propia naturaleza y el mundo son tales, que si
hacemos de la felicidad nuestra meta no la conseguiremos nunca. La
filosofía implícita en los anuncios modernos (que son el origen
del
cual millones de gentes derivan ahora su weltanschauung), es
una forma especial del hedonismo,
Los anunciantes nos enseñan que la felicidad es en sí misma un fin; y que no hay felicidad, exceptuando aquella que nos
llega de fuera, como la producida al conseguir los productos de la
técnica avanzada. Así, el hedonismo se enlaza con el credo del
siglo XIX, es decir, que el progreso técnico es necesariamente
correlativo con el progreso humano.
Si las medias de rayón han hecho la felicidad de muchas mujeres, cuánto mayor felicidad podrán adquirir con las de
nylon que son el producto de una técnica mucho más avanzada. Desgraciadamente, la mente humana no funciona de esta manera, y como consecuencia, aquellos que consciente o
inconscientemente
aceptan la filosofía moderna expuesta por los anunciantes,
apenas pueden guardar la felicidad, con mucho menor razón podrán tener la bondad y la capacidad creadora.
Más adecuadas son aquellas filosofías políticas que para millones de nuestros contemporáneos han tomado el lugar
ocupado antes por las religiones tradicionales. En estas filosofías
políticas un intenso nacionalismo se combina con una teoría del
Estado y con un sistema económico. Aquellos que aceptan estas
filosofías, ya sea por su propia libre voluntad, o ya porque
desde la infancia están sometidos a la implacable propaganda, se
sienten en muchos casos inspirados a dedicar su vida a lo nacional y
a su causa ideológica. Así han logrado mantener y conseguir
una especie de bondad y un determinado género de felicidad.
Desgraciadamente una alta moral personal está a menudo asociada
con la más atroz perversidad pública, porque la nación y el
partido son deidades en cuyo servicio se justifican al adorador
todas las
cosas, aun lar, más abominables, si ellas significan un
avance para la sagrada causa. Y aun la felicidad derivada del servicio a
una causa grande será probablemente precaria en estos casos,
porque
en donde malos medios se usan para conseguir un fin digno y justo, no se alcanza nunca el bien originalmente propuesto
sino una meta que es la lógica e inevitable consecuencia del uso
de malos medios.
Por esta razón la felicidad que viene de
la.propia y fervorosa dedicación a estas causas políticas, está
siempre disminuída por el disgusto de fallar continuamente en la
realización de un grande ideal.
En las religiones devotas, tales como ciertas formas del
cristianismo, del budismo, y de las religiones hindúes, la causa
a la cual los adoradores se dedican, es sobrenatural y la total
realización de su ideal no está en este mundo. Como consecuencia,
los adictos tienen una mejor oportunidad
de mantener la felicidad, y, excepto cuando sectas rivales luchan por el poder, están
mucho
menos expuestos a la inmoralidad pública que lo que lo están los devotos de las religiones políticas.
(...)